Creo que lograr que un curso transforme parte de lo que hacemos en nuestras vidas es normal para los que nos dedicamos a temas académicos, pero que además logre influir y transformar los principios epistémicos es una proeza. Siempre me consideré una mujer que rompía con las concepciones de roles establecidos y que trataba de enmarcar las diferencias entre hombres y mujeres que hallaba en mis investigaciones sobre educación y empleo. Con esto, sin embargo, lo que sucedía era que solo señalaba que en efecto había algo diferente y nunca indagaba más allá de las razones obvias que los datos mostraban. Era como un “checklist” básico que debe hacerse cuando se trabaja, como es mi caso, con temas en donde la base teórica es la Teoría del Capital Humano (1=hombre, 2= mujer cuando se codificaba la base de datos).
Luego de conocer más sobre Género y Economía, y de escuchar con intensidad a varias mujeres hablando sobre el tema durante dos semanas, algo se movió en mi forma de conceptualizar estas temáticas en todos los espacios en los que me muevo: investigación, gestión y docencia. Y es ahí cuando vienen los principales miedos, relacionados con las tensiones que se generan al manejar conceptos que en la teoría económica no han sido el centro de la base epistemológica. Por ejemplo, recientemente preparé una propuesta para Clacso, que es la base teórica desarrollada por Natalia Escobar Váquiro (coautora del proyecto) para su tesis de Doctorado que se encuentra en desarrollo, acerca de las “mujeres residuo” (mujeres pobres que trabajan de manera precaria o no remunerada en actividades de servicio doméstico y de cuidados o en el sector de los servicios) como costo social de las supermujeres (mujeres de clase media y alta, sumamente calificadas y con gran capacidad de consumo) (Carosio, 2008); sentí que estaba cambiando la forma de abordar algunos conceptos y, a pesar de mis propios miedos, debía convencer al lector de que, aunque suene fuerte y genere tensiones, es la forma como debemos nombrarlos.
Los conceptos en la Economía Ortodoxa parecen propiedad inmóvil de las teorías. Frente a este poder del establecimiento científico, las categorías emergentes que se desprenden de las nuevas dinámicas sociales levantan la cabeza con timidez. Esto conlleva a desplazar el énfasis por el establecimiento de relaciones causales, dando así cabida a que los sujetos construyan el sentido del mundo que habitan. Ahí entra la Economía Feminista y ahí entré yo, por primera vez después de casi 15 años de haber recibido mi título de Economista, a mirarme en este espejo de frente y sin filtro. Con este mar de tensiones en el campo de la investigación dije: ¡bueno!, eso tiene solución si uno aborda el tema con firmeza y calidad en sus escritos, ¡de este barco ya no me baja nadie!
No obstante, en los campos de gestión y docencia hay que enfrentarse a tensiones diferentes, sobre todo porque el feminismo es manipulado desde las estructuras de poder como un punto de debilidad, ahondando más en las diferencias, es decir, por ser mujer puede y debe o no puede y no debe hacer ciertas cosas. Me vi reflejada: “A lo largo de la historia a las mujeres se les han impuesto diversas formas de «deber ser»: buenas madres, cuidadoras, amorosas, bellas, etc. Con su entrada masiva al mercado de trabajo, la conciliación se convierte en uno de estos «deber ser» que las obliga a asumir jornadas de trabajo extenuantes superpuestas al trabajo no remunerado y presiones psicológicas demandantes. Es así como el ideal de mujer muta de esa ama de casa que retrataba Friedan (1963) a esa supermujer que intenta tenerlo todo; en palabras de Friedan (1983) una supermujer es la que «trata de hacerlo todo al tiempo, de buscar seguridad, estatus, poder y realización en puestos de trabajo y carreras en la rebatiña competitiva del mercado laboral, como los hombres, y trata, al mismo tiempo, de aferrarse a esa vieja seguridad, posición, poder y realización que la mujer, en otros tiempos, encontraba solamente en el hogar y en los hijos» (p. 76)”.
Me es inevitable recordar a mi grupo de compañeras de la escuela de verano de Género y Economía y observar que seguramente también se ven reflejadas en el tenso concepto de Supermujeres. Así pues, en gestión y docencia las tensiones implican confrontar nuestro propio papel en una sociedad machista y dominante donde hemos aportado de cierta forma nuestro grano de arena. Por un lado, si bien para mí con este rompimiento reciente de paradigma pueden irse fracturando, en la gestión existen estructuras jerárquicas que no dependen –como en la investigación– de mi firmeza y calidad sino de procesos exógenos. Por tanto, es una tensión más fuerte en la que debemos mantener la constancia para que haya cambio. Por otro lado, la tensión en la docencia puede transformar el camino de los nuevos economistas, que ojalá no lleguen a sus 15 años de graduados para darse cuenta de que las mujeres no son diferentes y deben ser valoradas de la misma forma por la ciencia económica, ciencia que hasta ahora simplemente las consideró parte del hogar o como un agente económico representativo pero diferente.
Para cerrar quiero dedicar este pequeño escrito a las supermujeres de las diferentes regiones que se unen al unísono para decir que esto del Género y la Economía, con todo y las tensiones, ¡no lo para nadie!
Referencias
Carosio (2008). El género del consumo en la sociedad de consumo. La Ventana, 27.
Friedan, B. (1983). La segunda fase. Plaza & Janés Editores.
Friedan, B. (1963). La mística de la feminidad. Ediciones Cátedra (Grupo Anaya). Trad.
*Imágen de portada tomada de: https://www.pinterest.cl/pin/509891989041689857/
Publicado por
Maribel Castillo Caicedo
Profesora Asociada en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali.
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