Escuela de Verano

¡Con los lentes puestos de la economía feminista!

7 de octubre de 2019
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La Escuela de Género y Economía fue mi primera aproximación a la economía feminista. El impacto que esta experiencia ha causado en mí ha sido tan profundo que considero que los compromisos y desafíos que la causa feminista comporta me acompañarán por el resto de mi vida profesional y personal.

¿Será porque soy mujer, madre soltera, y estudiante de doctorado en economía? La respuesta es sí y no. En parte, para algunos, estas serían condiciones mínimas y quizás hasta suficientes para tener una inclinación a favor de esta corriente del pensamiento socioeconómico. Pero es posible que quienes piensen así se basen en estereotipos sobre quienes son feministas. Como lo veo yo, más allá de mis circunstancias o características, el encanto radica en su capacidad atemporal de transformar nuestra visión del mundo tal como lo conocemos. Cuando nos ponemos los “lentes de la economía feminista” los modelos económicos tradicionales dejan de parecer lo que nos enseñaron y se comienza a sentir una nueva claridad mental. Este tipo de perspectiva viene acompañada de una enorme responsabilidad, porque implica interiorizar cuál es tu rol como individuo en los constructos sociales existentes, ya seas mujer, hombre, economista, abogado, soltero, o casado, etc. Tenemos el deber –como feministas– de ser críticos con todo aquello que nos aleja de nuestra humanidad por acción u omisión. Esto conlleva tomar distancia de la realidad en la que vivimos, especialmente cuando esta realidad perpetúa las amenazas a la dignidad, los derechos y libertades fundamentales de millones de personas alrededor del mundo.

Elegí como línea de investigación la economía del comportamiento, precisamente en la búsqueda de cimientos mucho más realistas sobre la psicología y la sociología humana, que puedan aumentar el poder explicativo de la teoría económica. Esto implica ir más allá del modelo tradicional del Homo economicus. Esta línea de investigación ha abierto mi mente y me ha permitido ir más allá de las fronteras del conocimiento que me habían impuesto. Verdades que yo misma acepté como absolutas durante mi educación como economista. 

El realismo económico nos permite analizar no solo los resultados que se suelen llamar óptimos, sino el complejo proceso de toma de decisiones necesarias para alcanzar un resultado satisfactorio para un individuo o la sociedad. Los modelos que integran características mucho más cercanas a la verdadera naturaleza humana en los procesos de decisión, ponen en cuestión la idealización de un agente económico “egoísta” con capacidades cognitivas infinitas. Agentes ideales que no son capaces de reconocer en nuestras limitaciones, virtudes como la capacidad de altruismo –procurar el bien a los demás, sin esperar nada a cambio–.

Las discusiones en la economía feminista no se centran únicamente en el género biológico (sexo), sino que llegan a las profundidades del género como constructo social. Los estereotipos alrededor de lo que significa ser mujer, afectan tanto los derechos como los deberes de los individuos. Esto contribuye a la estigmatización y discriminación de todas aquellas que van un paso adelante de las expectativas sociales estándares sobre su identidad y roles sociales. Es decir, aquellas que no encajan en los imaginarios de seres emocionales, sumisos, maternales, amas de casa sin aspiraciones profesionales, dependientes, etc.

Si bien la economía es una ciencia social, esto no nos debe llevar al extremo de “matematizar” totalmente su enseñanza y convertir algunos modelos económicos en profecías autocumplidas. Modelos que, bajo la utilización conveniente de algunos supuestos, logran siempre alcanzar sus predicciones. La economía feminista debe clamar fuerte y claro que, como científicas y científicos sociales, antes de simplemente aplicar un modelo, debemos empezar por evaluar críticamente la manera en que estamos concibiendo el mundo (ontología).

Por ejemplo, un análisis completo sobre la distribución inequitativa de los recursos (dinero, activos, tiempo, etc.), debería incorporar la incidencia de los desequilibrios de poder dentro y fuera de las familias (derechos de propiedad, participación en instituciones políticas, derechos sexuales y reproductivos, etc.). Igualmente, debe hacerse presente cómo dichos desequilibrios están con frecuencia circunscritos en las relaciones de género. Asimismo, los estudios sobre el mercado laboral no pueden dejar de lado los diferentes mecanismos de discriminación contra las mujeres. Por ejemplo, el hecho de que sean precisamente las mujeres, a través del trabajo doméstico y de cuidado, así como el trabajo no remunerado realizado al interior del hogar, las que contribuyen de manera fundamental a la reproducción de la fuerza de trabajo (ver figura 1).
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En última instancia, los lentes de la economía feminista repiensan las ciencias económicas como un todo. Quizás eso sea lo que mayor resistencia genera, ya que nos pone a prueba en nuestra labor como investigadores, docentes, consultores, etc., y aún más importante, como individuos inmersos precisamente en el funcionamiento sesgado de nuestra sociedad. “Ponerse los lentes” conlleva retos enormes, como evaluar nuestra propia identidad, pensamientos y lenguaje, los cuales inciden en las construcciones teóricas (conceptos, definiciones, supuestos, etc.) y metodológicas (métodos cuantitativos, cualitativos, o mixtos). Esto implica, por supuesto, poner en cuestión los constructos del paradigma neoclásico dominante, en el que precisamente imperan las figuras masculinas. 

Por lo tanto, este movimiento implica evolución, y la evolución puede ser dolorosa para aquellos que piensan que reivindicar los derechos y la dignidad de las mujeres es poner en juego sus intereses particulares, y/o ceder parte del poder que han llevado históricamente. Es una evolución que afecta especialmente a aquellos que consideran que en las desigualdades encuentran el camino al equilibrio, un “equilibrio” que los mantiene en la cima de las oportunidades.

En resumen, esta evolución pone en crisis al modelo del “hombre económico” y aboga por el SER HUMANO, que no es una computadora andante. Los seres humanos cometen errores en sus decisiones, pero tienen la sensibilidad y capacidad suficiente para entender que el crecimiento económico es solo un medio. Para lograr el objetivo primario que es el BIENESTAR HUMANO, se requiere además de cooperación y altruismo. Por lo cual, ir en detrimento de la población solo por su género o coartar su libertad de plena participación en la sociedad, no solo tiene costos socioeconómicos, sino que refuerza y garantiza la involución, la autodestrucción de la civilización actual. Las sociedades civilizadas se basan en la conexión entre los individuos a pesar de las diferencias. La Economía Feminista nos invita a apreciar la vida humana, hazlo tú también: ¡Con los lentes puestos!
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Publicado por
Carolina M. Vecchio Camargo
Estudiante de doctorado en Economía de la Universidad del Norte
***Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de la Pontificia Universidad Javeriana ni a sus patrocinadores.