Durante mi doctorado tomé un curso llamado la microeconomía del desarrollo en donde conocí estudios que relacionaban características de los individuos (como raza, género o ubicación) con mecanismos que generan segmentación y discriminación y que, por tanto, limitan el desarrollo económico. Las conexiones entre la desigualdad de género y la microeconomía me resultaron, entonces, menos desconocidas. La literatura microeconómica, teórica y aplicada, en las últimas décadas ha tenido un gran avance en esta dirección, siendo el aporte de la economía feminista fundamental para identificar las barreras al acceso y participación de las mujeres en los mercados, bajo un ejercicio pleno de sus derechos. Las investigaciones sobre mercado laboral, educación, economía del cuidado y el trabajo doméstico son algunas de las temáticas abordadas desde el análisis microeconómico que han tenido mayor difusión.
Sin embargo, ya para entonces, me parecían más intrigantes las conexiones entre las brechas socio-económicas de género y la macroeconomía. Después de todo, en la macroeconomía se funden diversas características y agrupamientos de la actividad económica, de tal manera que en el agregado no se tienen sectores, localizaciones y mucho menos rostros. Los macroeconomistas hablan de flujos y stocks de bienes, servicios y dinero que son abstractos e impersonales. En la tradición neoclásica, estos agentes resultan de la sumatoria de partes que se asumen idénticas (empresas e individuos representativos). Entonces, me preguntaba ¿qué relación puede existir entre la política fiscal, monetaria o comercial y los sesgos negativos hacia las mujeres? Debo decir que nunca me había planteado la posibilidad de relacionar temáticas de género con razonamientos macroeconómicos hasta que llegué a la segunda semana de la Escuela de Verano en Género y Economía. Esta nota, en realidad, no me permite hacer justicia a todo lo que aprendí. Sin embargo, destacaré lo que considero más importante y revelador.
A partir de la discusión sobre el flujo circular del ingreso, como una representación incompleta de la economía, fue posible identificar tres frentes de desarrollo sensibles a las brechas de género. En el flujo circular del ingreso (modelo básico para entender las identidades macroeconómicas, ver Esquema 1) se asume que los hogares son receptores de ingresos derivados de los factores de producción y de las transferencias netas del gobierno, al tiempo que son demandantes de los bienes y servicios ofrecidos por las empresas. En este esquema no hay ningún costo o esfuerzo económico para asegurar la existencia de trabajadores, capitalistas y rentistas. La reproducción de la fuerza de trabajo y la “fuerza de capital” se da por sentada, ya que sucede en algún lugar del que no se sabe mucho, claramente fuera del espacio económico oficial.
Esquema 1. Flujo circular del ingreso en economía abierta
Una contribución central de la economía feminista ha sido incorporar y visibilizar el esfuerzo y aporte de los hogares en la reproducción humana. Al Esquema 1 tendríamos que añadir los flujos de valor aportados por los hogares, a través del trabajo doméstico y de cuidado no pago (ver Esquema 2). Es importante aclarar que en español el uso del término doméstico se aplica para adjetivar las actividades de los hogares, mientras que en inglés se utiliza para referirse al conjunto de la economía interna en contraposición a la economía externa. Para evitar confusiones usaré la palabra doméstico para referirme a la actividad de los hogares.
Esquema 2. Flujo circular del ingreso ampliado (economía cerrada)
En el Esquema 2 se aprecia que el sector doméstico, o de los hogares, se encarga de la reproducción y bienestar de la fuerza de trabajo activa e inactiva, lo que incluye la maternidad, la crianza, el trabajo doméstico y el cuidado de personas (niños, adultos, ancianos, enfermos y discapacitados). Desde esta perspectiva ampliada, los intercambios entre los hogares, las empresas (o sector privado), el gobierno (o sector público), y el sector externo son mucho más diversos y complejos de lo que solíamos pensar. En consecuencia, los frentes de desarrollo para la construcción de una macroeconomía sensible a las brechas de género pueden agruparse, grosso modo, en tres:
1. La conceptualización, operacionalización y medición del aporte económico del sector doméstico al conjunto de la economía. Los resultados en este frente se ven reflejados en instrumentos como las encuestas del uso del tiempo, que son la base para la valoración e inclusión de esta producción en las cuentas nacionales.
2. El análisis de los efectos de políticas sectoriales y macroeconómicas sobre la actividad del sector doméstico. Mientras las políticas sectoriales se dirigen a los tipos de actividad económica (ej. agricultura, industria, comercio, construcción), las políticas macroeconómicas operan a través de herramientas que cubren al conjunto de la economía, tales como las fiscales, monetarias, financieras y el régimen de comercio exterior.
3. La construcción de modelos de equilibrio general que incluyen el sector doméstico. Estos modelos ayudan a responder preguntas sobre efectos totales provenientes de políticas sectoriales y macroeconómicas, así como aquellos originados por choques exógenos o cambios estructurales en la economía. También son una forma de estimar impactos sobre el crecimiento económico y el bienestar social.
Respecto al primer frente se han hecho grandes avances que permiten reconocer el trabajo doméstico y de cuidado. Aún queda mucho camino por recorrer para reducir esta carga de trabajo en los hogares más pobres; redistribuirla entre hombres y mujeres al interior de los hogares; y al exterior de los hogares, a través del intercambio de infraestructura social (salud, educación y servicios de cuidado) con los sectores público y privado. Sobre esta base, sería posible remunerar adecuadamente a las personas que trabajan en el sector doméstico, así como avanzar en su representación política, brindándoles voz y voto.
En el segundo frente, que interpreto como un análisis de equilibrio parcial, existen estudios avanzados sobre el impacto del comercio internacional sobre las desigualdades de género. Como lo indica el Esquema 1 (que aunque incompleto es útil), los intercambios de bienes y servicios, y de capitales que realiza la economía interna con la economía externa, necesariamente afectan los flujos de trabajo, capital e ingresos que aportan y reciben los hogares. La política de comercio exterior por medio de los acuerdos comerciales y las negociaciones sobre inversiones y propiedad intelectual pueden, por ejemplo, sesgar el empleo hacia ciertos sectores tradicionalmente masculinizados, y por esta vía, reducir la participación laboral de las mujeres. De igual manera, estas políticas pueden precarizar el empleo femenino con figuras como la maquila. Estos efectos son visibles a través de diversos canales que van desde el consumo del hogar hasta la emigración para la generación de ingresos.
Otro campo de análisis es la política fiscal y su incidencia sobre las desigualdades de género. La política tributaria y de gasto público, el gasto social, la provisión de servicios públicos y la seguridad social evidentemente afectan la actividad del sector doméstico. El Esquema 2 ayuda a visualizar cómo, cuando los flujos de bienes y servicios públicos que reciben los hogares disminuyen, las horas de trabajo doméstico y de cuidado no pago aumentan, si se quiere mantener la producción del hogar constante. Por ejemplo, imagine que no hay agua potable o electricidad las 24 horas, o que no hay centros educativos o médicos asequibles. De nuevo, los canales de los impactos fiscales son múltiples, por lo cual las economistas (porque han sido en su mayoría mujeres) han desarrollado indicadores sensibles al género como herramientas metodológicas para evaluar y monitorear estos impactos. Así, se encuentran los modelos de simulación de beneficios tributarios, los modelos de servicio público, el análisis de input-output para estimar el efecto de la inversión en infraestructura (física y social) sobre el empleo de hombres y mujeres. Para mi mayor sorpresa, descubrí que también están los presupuestos de género en el plano de las políticas de gasto público. El objetivo de toda esta batería de análisis y mediciones es influenciar las políticas fiscales y prever sus efectos sobre el bienestar de los hogares y las brechas de género.
Finalmente, y en el tercer frente, mi percepción es que el análisis de equilibrio general ha tenido un avance más lento comparado con los logros del análisis de equilibrio parcial. Esto se debe, en parte, a que los modelos de equilibrio general son mucho más exigentes en información estadística. Incluir a un sector como el doméstico, aún bajo identificación, no permite su ubicación sobre bases sólidas. Otra razón, no menos importante, está en las fuertes restricciones metodológicas (supuestos) que estos modelos imponen, y que limitan su aplicabilidad y generalización.
¿Mi conclusión? En Colombia las economistas apenas estamos enterándonos de la existencia de este diálogo entre la macroeconomía y las brechas económicas de género. Este tipo de interrelaciones amplían nuestra visión del conjunto de la economía, nos llama a profundizar en este campo de estudio y a desarrollar herramientas para fundamentar las acciones políticas orientadas a la transformación social. Confirmo, con mi paso por la Escuela de Verano, que la macroeconomía no es un asunto exclusivo de estabilidad monetaria y financiera vis-a-vis el crecimiento económico. Ella también es un asunto de inclusión y justicia social vis-a-vis el desarrollo y bienestar de las personas, los hogares y la sociedad.
* Imagen de portada tomada de: https://www.thoughtco.com/so-you-really-want-a-telescope-3072144
Publicado por
Ángela M. Rojas Rivera
Profesora asociada de la Universidad de Antioquia
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