Estudiar economía es uno de los logros más importantes de mi vida, siempre he considerado que es una disciplina que permite analizar de manera integral la realidad social. Durante mi pregrado me dediqué a aprender aquello que los profesores me enseñaban y en ocasiones cuando encontraba un tema de mi interés indagaba un poco más. Dentro de este contexto, debo admitir, mi contacto con los temas de género era limitado pues asociaba la palabra feminista a una connotación negativa, ya que en los corredores se hablaba de las feministas “locas” que peleaban por cualquier cosa. De esta forma asocié los temas de género y el feminismo a excusas sin sentido para protestar por causas que no merecían tanta atención, que “no eran para tanto”.
Mi primer acercamiento al tema de género, de manera formal, se materializó a través del proyecto de investigación “Discriminación salarial y pobreza en Colombia”, desarrollado por el grupo de investigación EMAR. Allí vi desde la academia que la realidad social para las mujeres es significativamente desigual en comparación con la de los hombres y esto no solo impacta de manera negativa los ingresos de un hogar sino la posición inferior asignada a la mujer dentro del mismo, con un agravante panorama si se dirige la atención a las zonas rurales.
En ese momento empecé a sentir de golpe la realidad de las mujeres colombianas y comenzaron a adquirir nuevos significados las situaciones y el contexto que durante muchos años me rodearon mientras crecía en un barrio de bajo estrato en la ciudad de Bucaramanga. Así me di cuenta de la desigualdad y la pobreza en la que muchas mujeres vivían cuando, además de asumir la crianza de sus hijos, debían permanecer en trabajos mal pagados en su gran mayoría, para poder contribuir con los ingresos que resultaban en muchas ocasiones insuficientes. Sin embargo, para “mi niña” de 10 años esta era una realidad normal, en donde algunos teníamos un poco más que otros y en donde las niñas crecíamos para convertirnos en abnegadas amas de casa y laboriosas trabajadoras.
Por supuesto, esta conciencia fue desdibujando la visión romántica que tenía de la pobreza (donde no importa que tengas poco, lo importante es ser feliz). Comencé a entender y a analizar la incidencia de las políticas en el contexto en el que vivía, me estrellé con la realidad del mercado laboral y la discriminación salarial que se da en todos los niveles sociales. Encontré términos como suelo pegajoso, escaleras rotas y techo de cristal. De este modo, poco a poco fui descubriendo la triste pero no eterna realidad que las mujeres colombianas tenemos y que es necesario erradicar, por ello lo más revelador fue entender el potencial que como mujeres tenemos en la transformación de nuestra realidad social.
En este camino de aprendizaje también tuve la oportunidad de participar en la escuela de verano de Economía y Género organizada por la Universidad Javeriana en Bogotá, donde a partir de la guía de profesoras con alto conocimiento aprendí valiosos conceptos y formas que permitían pensar en soluciones reales para las mujeres, pero lo mejor de la escuela fue la visión positiva que dejaron impregnada en mí alrededor del concepto de feminismo, pues entendí la importante lucha que se ha llevado a cabo desde allí en pro del reconocimiento de los derechos de las mujeres.
Esta experiencia me trajo respuestas a muchas inquietudes, parte de ellas habían resurgido a través de un titular periodístico en Bucaramanga que decía “El oficio que les marchitó el sueño de una vida alegre, así pasan sus días las trabajadoras sexuales de la tercera edad en Bucaramanga”. Recordé entonces que la ciudad bonita está plagada de situaciones a las que están expuestas muchas mujeres, que evidencian la desigualdad social existente, la corrupción que parece permear todas las esferas sociales y la total indiferencia o intolerancia hacia formas de pensar y de vivir diferentes. De ahí la necesidad de trabajar en la construcción de políticas que sean transformadoras de la realidad social y propender hacia la garantía de derechos y el bienestar de todas las personas, contribuyendo de esta manera a la modificación de desigualdades estructurales y especialmente de género.
Pasar por la escuela de verano de género y economía dio respuesta a muchos interrogantes que para mí suponía el feminismo, pero también trajo a mí nuevas dudas y retos a afrontar en cuanto a la realidad de las mujeres desde mi posición de economista. Y en este sentido insto a que nos preguntemos ¿Qué estamos haciendo para transformar la realidad social de las personas de manera positiva? ¿Cómo estamos pensando la solución de problemas de género desde nuestra profesión? O ¿somos aún de los que piensan que los problemas del feminismo son de personas que “pelean por nada”?
Publicado por
Karen Pérez
Investigadora en la Universidad Industrial de Santander
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