“(…) los juicios éticos son válidos, inevitables e incluso deseables en el análisis económico” 
Marilyn Power, 2004 

La economía feminista en Colombia viene floreciendo en los últimos años y un hito académico fue la Escuela de Verano de Género y Economía de la Pontificia Universidad Javeriana, de la que tuve el privilegio de hacer parte. Esta Escuela congregó a profesionales y académicas de todo el país con experiencia e intereses en la construcción de nuevas perspectivas en la economía, particularmente, en cómo incorporar las desigualdades de género al análisis económico. Parte de los aprendizajes que me llevo de esta Escuela es repensar la economía a partir de la identificación de los sesgos de género en temas micro y macroeconómicos y, como consecuencia, pensar en el potencial que tiene la economía feminista en Colombia en temas de investigación y de transformación de las desigualdades de género.

Debo mencionar en este texto que la construcción de una economía feminista pasa inevitable y necesariamente por la experiencia personal. Las mujeres, hombres y demás personas que hemos iniciado este camino reconocemos que nuestras vivencias han afectado nuestra forma de producir conocimiento. En mi opinión, la raíz de este reconocimiento surge precisamente cuando cuestionamos la falsa idea de la neutralidad académica, técnica y profesional en el ejercicio de la economía. Esto, claro está, no parece ser una afirmación válida y mucho menos rigurosa entre los y las economistas.

Sin embargo, de entrada, podríamos preguntarnos si, por ejemplo, el tema de investigación que escogemos afecta de igual forma a hombres y a mujeres; o por qué, cuando tenemos la oportunidad de tomar decisiones en el ámbito público, decidimos que un programa es mejor que otro sin tener en cuenta las consecuencias para las mujeres; o, aún más evidente, por qué pensamos que para medir el trabajo y evidenciar algunas brechas es suficiente con desagregar por sexo la tasa de desempleo. Nuestras ideas, pensamientos, valores, comportamientos y, específicamente, la formación en economía que recibimos fueron construidos y transmitidos bajo la equivocada idea de la imparcialidad de género.

La buena noticia es que, por fortuna, hay académicas y activistas latinoamericanas y de otras regiones del mundo que han abierto caminos para mostrar que efectivamente hay múltiples formas de sesgos de género en la economía. A partir de estos avances y aprovechando lo aprendido en la Escuela de Verano, quiero manifestar algunos de los cuestionamientos que me surgieron y contribuir en evidenciar parte del potencial que tiene Colombia en la construcción y aplicación de la economía feminista en la investigación y en el campo laboral público y privado.

El primero surge de un tema microeconómico: los modelos de hogar propuestos inicialmente por Gary Becker, son sin duda uno de los instrumentos que perpetúan las desigualdades de género en la economía. Una de las razones es que estos asumen las preferencias como exógenas y, además, incorporan un “dictador benevolente” que decide qué es lo mejor para el hogar. Este modelo ignora completamente que las decisiones están atravesadas por las diferencias en oportunidades y responsabilidades que se les han asignado socialmente a las mujeres y a los hombres; así como el hecho de que las negociaciones al interior del hogar se ven afectadas por las relaciones de poder entre sus integrantes. Frente a esto, economistas como Mieke Meurs han propuesto modelos alternativos que incorporan a los procesos de negociación una extensión del conjunto de elecciones, nuevos recursos como el tiempo para la toma de decisiones y el cuidado como un bien público.

Otro tema en el que se identifican oportunidades de investigación en la economía feminista es la migración. Aunque hay distintas causas para la migración es un fenómeno completamente relacionado con las dinámicas económicas globales. El potencial se encuentra en evidenciar las diferencias, no sólo en las causas de migración sino también, en las actividades económicas que llegan a desempeñar las mujeres y los hombres en el lugar de destino. A propósito de la coyuntura de la migración venezolana, un ejercicio muy pertinente desde la economía feminista sería estudiar las actividades económicas, incluyendo las no remuneradas, que están ejerciendo las mujeres venezolanas en nuestro país, cuáles son sus condiciones y de qué forma se ven afectadas en la garantía de sus derechos. Particularmente, me cuestiona la idea del aprovechamiento de la fuerza laboral de mujeres venezolanas en actividades de cuidado que generan riqueza en el país, pero que no se reconocen.

Por otro lado, a pesar de que el trabajo y el mercado laboral es uno de los temas más explorados en la economía feminista, aún cuenta con valiosas oportunidades de aporte. No es posible introducirse en este tema sin partir de la idea de que el trabajo comprende las actividades económicas remuneradas y no remuneradas, y esto permite visibilizar las actividades que realizan mujeres y hombres en la economía. Así, uno de los cuestionamientos que me surgió en la Escuela me llevó a pensar en un salario mínimo vital necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo que también incluyera las actividades de cuidado no remunerado que realizan las mujeres al interior del hogar. O en la medición de una brecha de género de ingresos, en el caso de que las actividades de cuidado que realizan las mujeres gratuitamente en los hogares pasaran por el mercado, es decir, fueran remuneradas.

Otro de los sesgos de género de la economía tradicional es la medición de pobreza. Desde la economía feminista el primer ejercicio sería evidenciar cómo las metodologías actuales (pobreza monetaria y pobreza multidimensional) no logran captar que existen diferencias al interior del hogar en la distribución de los recursos. Ante esto, mediciones como la de la pobreza de tiempo e ingresos, promovida por Valeria Esquivel, han contribuido a su visibilidad, a partir de la inclusión del tiempo como recurso necesario para el bienestar. No obstante, aún queda un campo muy amplio de exploración al respecto en Colombia.

Estos y otros temas apasionantes se pueden abordar desde la economía feminista, siempre y cuando estemos dispuestas y dispuestos a deconstruir lo que nos enseñaron en nuestras universidades y, además, seamos capaz de arriesgarnos con metodologías de investigación antes inexploradas por nuestros colegas. La economía feminista eleva cuestionamientos que son riesgosos y pueden resultar incómodos, pero esa es precisamente la invitación. Hay que pensar la economía también como un constructo social que tiene el poder de transformar realidades.

 

Publicado por

Angélica Morán

Asesora en la Dirección de Participación y Relaciones Interinstitucionales de la Secretaría de Educación de Bogotá.

 

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